domingo, 19 de junio de 2016

La arañita agradecida página 3/4


- ¿Qué haremos? -preguntó una noche la madre, alarmada al contemplar la cara de la niña llena de puntos rojos. 

- ¡No lo sé! -respondió el padre, desesperado al no encontrar el remedio para terminar con los dañinos insectos. 

La arañita, desde su punto de observación, había escuchado todo, y en su diminuto mente concibió una idea maravillosa para socorrer a su querida amiga y enseguida la puso en práctica. 

Aquella noche, nuestro arácnido se deslizó de su tela y corriendo lo más velozmente que le permitían sus patitas, sobre las verticales paredes, llegó al desván de la casa, en donde, como es natural, habitaban miles de arañas de todas las clases y tamaños. 

- ¡Vengo a pedir ayuda! -gritó el animalito, en cuanto estuvo cerca de sus congéneres.

- ¡Necesito de vuestros servicios! 

La patudita, entusiasmada con tan preciosa alianza, explicó en pocas palabras de lo que se trataba y muy pronto miles de arañas, dirigidas por ella, abandonaron sus telas y en formaciones dignas de un ejército disciplinado, se dirigieron a la habitación donde reposaba Consuelo, molestada a cada instante por los mosquitos sanguinarios y otros insectos molestos. 

- Debemos protegerla -dijo tan pronto llegaron.

-¡A trabajar todas! 

Las arañas, al escuchar esta orden terminante, se dividieron en varios grupos y comenzaron a formar telas, desde la cabecera hasta los pies de la cama, dejando en pocos instantes a la criatura bajo de un tejido maravilloso, en donde los mosquitos y otros bichos, se enredaban y morían atacados sin tregua por las arañas que no daban un minuto de reposo a su humanitaria tarea. 

En contadas horas la pieza quedó libre de insectos y la niña convaleciente, sin nada que la molestara, pudo continuar descansando en su cama, cubierta por tan extraño palio que más bien parecía un tejido de hadas sobre el lecho de un ángel. 

Una vez terminada la tarea, las arañas regresaron al desván y la arañita de nuestra historia volvió a su casita de tul, prendida tras el cuadro del Niño Jesús, desde donde continuó contemplando el plácido sueño de su amiga del alma, pagando con esto, la amistad que la niña le había dispensado en los ya lejanos días del comedor. 

LO SIENTO POR NO HABERLO PUESTO ANTES

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